En un cazo a fuego medio pon la leche junto con la rama de canela y la piel de la naranja y la piel del limón. Justo antes de que empiece a hervir (verás que empieza a haber burbujitas pequeñas en la superficie y quizás un poco de telo propio de la leche, o si tienes un termómetro antes de que llegue a 100ºC), retira el cazo del fuego.
Mientras, en un bol pon las yemas de huevo junto con el azúcar y la maicena y bátelo todo con unas varillas. Verás que al principio la mezcla es un poco seca, pero si sigues batiendo enérgicamente poco a poco se volverá cremosa y finalmente tendrá un aspecto bastante homogéneo.
Vierte en el bol la leche infusionada poco a poco y haciéndola pasar por un colador para que se queden en él las pieles de los cítricos y la rama de canela. Remueve la mezcla.
De nuevo vierte la mezcla en el cazo que habías utilizado y ponlo a fuego bajo mientras remueves sin parar para que no se te pegue a la vez que se va espesando.
Ten paciencia porque tarda unos minutos, finalmente verás que se empieza a espesar casi de golpe. Cuando los surcos de las varillas se empiezan a notar, apártala del fuego, ¡ya está lista!
Repártela en los moldes o recipientes en los que la vayas a servir, lo más tradicional es servirla en cazuelitas de barro.
Cuando esté fría puedes introducir los recipientes en la nevera para que repose al menos 4 horas.
Justo antes de servirla esparce azúcar por encima, la cantidad es al gusto pero te recomiendo entre una y dos cucharadas soperas. Carameliza el azúcar con ayuda de un soplete o un quemador y ya la tendrás lista para servir.